Soledad: ese espacio donde algo insiste - Lic. Constanza Depetris



Hay una soledad que duele, y otra que simplemente es.
No siempre la elige uno. A veces se instala como el viento que entra por una hendija y no se va.
Puede que estés rodeado de gente, con el celular vibrando cada tanto, con tareas, con horarios.
Y aún así, algo falta.
No es compañía lo que falta.
Es otra cosa.
Un gesto que diga: te veo
Una palabra que no sea ruido
Un silencio que no sea abandono

La soledad de esta época no siempre se nota.
Se camufla con filtros, con risas breves, con agendas llenas.
Pero se siente en el cuerpo:
en la respiración que se acelera sin motivo,
en el insomnio que no se calma ni con té ni con pastillas,
en el deseo que se apaga como una vela sin oxígeno.
Es la soledad de no tener dónde decir lo que verdaderamente nos pasa.
De no tener a quién mostrarse sin el disfraz.
De no encontrar el modo de ser con otros sin dejar de ser uno mismo.

Y sin embargo…
hay una parte de la soledad que no se puede evitar.
Es el hueco que nos hace humanos.
El borde que no se llena, ni siquiera con amor.
Ese espacio, a veces insoportable, es también la posibilidad de crear, de nombrar, de desear.
De buscar.
De tender la mano, aunque tiemble.
De escuchar, aunque duela.

Porque si algo nos salva, es el encuentro.
No el de los cuerpos solamente, sino el de las verdades que se animan a salir del escondite.
El de las palabras que no buscan likes, sino resonancia.
El de las miradas que no juzgan, sino reconocen.

Tal vez no se trata de huirle a la soledad,
sino de aprender a habitarla sin rendirse.
De dejar que nos diga algo.
Y cuando llegue ese otro —no cualquier otro, sino el que puede escucharnos de verdad—
poder decir: aquí estoy.

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