Demasiada imagen, poco de verdad


Vivimos en un tiempo donde todo parece tener que verse.
Lo que no se muestra, no existe.
Una foto, una historia, una sonrisa bien puesta.
Y mientras más perfecto se ve, más aplaudido es.
Pero… ¿a qué costo?

Nos pasamos horas mirando la vida de otros.
Comparándonos, corrigiéndonos, editándonos.
El cuerpo ya no es cuerpo: es una pose.
El rostro ya no es expresión: es filtro.
Y lo que sentimos… bueno, mejor no mostrarlo.
No vaya a ser que incomode.

Así vamos, creyendo que mostramos mucho,
pero en el fondo, nos estamos escondiendo.
Escondemos la tristeza.
La angustia, con frases lindas.
El deseo, con distracciones.

Y claro, algo se pierde.
Se pierde el placer de lo simple,
el gusto de hablar sin pensar cómo va a sonar,
la magia de estar con alguien sin tener que probar nada.

Se pierde el encuentro.
Ese de verdad.
Donde uno se deja ver tal cual es,
sin tanto decorado.

Y lo peor: se pierde el deseo.
Porque si todo está en la vidriera,
si todo tiene que estar listo, pulido, vendido…
¿qué queda para descubrir?

No somos imagen.
Somos palabra, contradicción, historia.
Somos lo que no encaja del todo.
Y eso —aunque no lo diga ningún algoritmo—
es lo más hermoso que tenemos.
Lic. Constanza Depetris Psicóloga 

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