La caída de sentidos y el grito silenciado de la subjetividad
Hay una erosión sutil, casi imperceptible, que no hace ruido pero cala hondo: es la caída de los sentidos. No me refiero solo al sinsentido como vacío, sino a la descomposición silenciosa de los lazos que sostenían aquello que alguna vez fue brújula, relato, refugio. En esta época —acelerada, líquida, performativa— los significantes se vacían como cuerpos sin alma, y las palabras se desgastan en una repetición que no toca nada.
Todo debe ser funcional, vendible, compartible. Hasta el sufrimiento ha devenido mercancía. En ese escenario, el sujeto se desliza por superficies que prometen sentido inmediato pero no lo encarnan. Y lo que no se encarna, se olvida. Se borra.
La caída de sentidos no es solo un fenómeno cultural o social; es una herida que atraviesa la experiencia íntima, dejando al yo suspendido en una suerte de intemperie psíquica. Ya no se trata de no encontrar respuestas, sino de no poder formular preguntas. Porque sin sentido no hay dirección, y sin dirección el deseo se disuelve.
Vivimos entre discursos que prometen felicidad rápida, identidad estable, superación constante. Pero en esa promesa se ahoga lo más vital: el derecho a no saber, a dudar, a construir de a poco un sentido que no se imponga, sino que emerja. El malestar de época no se grita, se silencia; se anestesia en pantallas, diagnósticos, likes o autoayudas que no ayudan.
El impacto es profundo. Se desdibujan las referencias simbólicas, se fracturan los relatos colectivos, y en ese terreno minado, el sujeto queda solo, a veces incluso frente al espejo de su síntoma, sin saber que eso también habla.
Pero aún así, algo insiste. Un trazo, una voz, un cuerpo que se estremece. La caída de los sentidos no es el final del sentido. Es, quizás, la ocasión de alumbrar otros. No los prefabricados, no los impuestos. Sentidos que surjan del encuentro, del deseo, de la palabra dicha con cuerpo y con tiempo. Porque allí donde algo se cae, puede también abrirse un surco. Y tal vez por ahí, por esa grieta, la subjetividad vuelva a respirar.
Lic. Constanza Depetris
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