CONTROL



Hay personas que dicen "me gusta tener el control", como si fuera una virtud, un rasgo de carácter firme, algo que garantiza orden. Pero pocas veces se animan a ver el costo de ese supuesto control.

Controlar es, muchas veces, una forma sofisticada del miedo.

No se controla porque se tiene poder, sino porque se teme perderlo todo.

Se controla cuando uno ha vivido el caos de cerca.

El control se vuelve un refugio: si todo está bajo control, no me va a doler.
Pero no es cierto.

El control cansa, enferma, aísla.
Porque para que todo esté bajo control… todo tiene que estar bajo vigilancia.
Y entonces ya no se vive: se administra.

Se administran vínculos, tiempos, emociones.
Se calcula cómo decir algo para que no incomode, cómo vestirse para evitar miradas, cómo llorar para que no se note.
Y en ese intento de tener todo bajo control, una parte viva se va apagando.

Lo imprevisible –que es la vida misma– se vuelve amenaza.

Hasta que un día, algo se cae. Algo se rompe.
Y uno se queda ahí, sin manual, sin saber qué hacer.
Y a veces, ese derrumbe es la mejor noticia: porque por fin, lo no controlado trae algo nuevo.
Porque vivir es, también, soltar.
Soltar la ilusión de que controlar nos protege.

El verdadero alivio no viene de controlar.
Viene de habitar la incertidumbre sin perderse.
De confiar en que no todo va a estar bien, pero uno va a poder.
Lic. Constanza Depetris 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Disautonomia: un cuerpo que no se puede nombrar

Soledad: ese espacio donde algo insiste - Lic. Constanza Depetris

La herida invisible del lazo roto