Cuando la queja absorbe todo


Hay un momento en que la queja deja de ser un grito por justicia
y se transforma en forma de vida.
Un refugio conocido donde nada cambia,
pero todo se dice como si quisiera cambiar.

La queja histérica tiene algo de trampa sutil:
se presenta como falta, pero en realidad sostiene un lugar.
El de la que no tiene…
el de la que no puede…
el de la que espera que el Otro venga a completarla.

Y así, el deseo se posterga,
se disfraza de demanda,
se vuelve reclamo perpetuo a un Otro que nunca alcanza.

Porque en esa lógica, el Otro siempre falta,
siempre se equivoca, siempre deja vacíos.
Y mientras tanto, la queja hace nido.
Y el movimiento… se detiene.

La falta, en lugar de ser motor de deseo,
se vuelve excusa.
Y el deseo, ese fuego propio,
queda hipotecado al juicio del Otro,
a su mirada, a su respuesta, a su presencia.

¿Y si en vez de seguir señalando la falta del Otro,
pudiéramos mirar la propia posición frente a eso que falta?
¿Y si en lugar de demandar, nos preguntáramos qué deseamos?

Porque desear implica riesgo.
Implica dejar de esperar garantías.
Implica también responsabilizarse.

La estructura histérica puede ser brillante, seductora,
pero cuando se queda girando sobre su queja,
termina haciendo de la falta un lugar cómodo
desde el cual no hay salida.

Hasta que un día…
la falta deja de doler.
Y entonces empieza el deseo.
Pero ya no dirigido al Otro,
sino hacia una misma.
Lic. Constanza Depetris 

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