La ansiedad no es sólo un síntoma. Es un grito
Un grito mudo del cuerpo cuando el alma no tiene dónde reposar.
Es lo que aparece cuando se exige estar bien, rendir, responder, entender, adaptarse, producir, sostener, prever… sin interrupción.
Y no es casual. No es azaroso que tantos cuerpos tiemblen hoy,
que se aceleren, se agoten, se paralicen o no encuentren aire.
La ansiedad es la música de fondo de una época que nos apura hasta no dejarnos pensar.
Vivimos en un mundo que exige reacción inmediata,
que premia la imagen y castiga la pausa,
que juzga sin comprender y exige sin mirar.
Una época que confunde valor con utilidad, amor con entrega total, y salud con rendimiento.
En ese contexto, la ansiedad se vuelve una respuesta lógica:
porque hay algo que no encuentra lugar,
algo que fue desalojado del tiempo, de la palabra, del cuerpo.
Y cuando no hay dónde ponerlo, el cuerpo lo grita.
¿Dónde quedó la posibilidad de fallar?
¿De no saber?
¿De no querer?
¿De no poder?
Nos enseñaron que todo eso es debilidad.
Y sin embargo, el síntoma —cuando no se tapa, cuando no se silencia a fuerza de mandato— puede ser brújula.
La ansiedad, como síntoma, también puede ser una pregunta:
¿Para quién estás viviendo?
¿De qué estás huyendo cuando todo parece apurarte?
¿Qué te está pidiendo tu cuerpo, que tu cabeza no se atreve a escuchar?
Porque la ansiedad, muchas veces, no pide control.
Pide sentido.
Pide pausa.
Pide mirada.
Pide dejar de correr detrás de un ideal imposible de sostener.
Y entonces, te lo pregunto a vos, que quizás venís sintiéndote así:
¿Qué estás intentando sostener sola?
¿A qué velocidad estás viviendo?
¿De quién es la voz que te exige tanto?
¿Y qué pasaría si por un momento, solo uno, dejaras de correr?
Lic. Constanza Depetris
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