“La culpa la tiene el Otro”


Vivimos tiempos en los que señalar al Otro se ha vuelto casi un imperativo. La culpa es del sistema, de los padres, de la infancia, del ex, del jefe, del patriarcado, de los vínculos tóxicos, del diagnóstico. Todo parece estar explicado por causas externas, y la subjetividad queda reducida a un efecto pasivo de determinaciones ajenas. Es comprensible: hay heridas reales, violencias históricas, marcas profundas que merecen ser nombradas. Y sin embargo, algo se pierde cuando todo se explica por el afuera.

En este clima, la responsabilidad subjetiva aparece como un gesto casi escandaloso. No se trata de negar lo sufrido, ni de moralizar con frases vacías como “hacete cargo”. Se trata, más bien, de abrir una pregunta: ¿qué hice yo con eso que me hicieron?, ¿qué posición tomé frente a eso que me marcó?, ¿cómo me las arreglé —a mi modo— con lo imposible de soportar? El psicoanálisis no niega el trauma; lo que propone es una lectura que restituya al sujeto como parte de la escena, no solo como víctima, sino también como alguien que desea, que repite, que elige sin saber, que se implica.

Decir que la culpa la tiene el Otro puede brindar un alivio momentáneo. Pero si ese enunciado se vuelve estructura, se instala la impotencia. Sin responsabilidad subjetiva, no hay acto. Y sin acto, no hay transformación posible. Se puede reclamar infinitamente al Otro, esperando que repare lo irremediable, o se puede, en cambio, asumir la incomodidad de hacerse sujeto de lo propio, incluso de aquello que duele.

La ética del psicoanálisis no gira en torno a valores ni a ideales del bien. Su brújula es otra: no ceder frente al deseo. Sostenerse ahí donde algo singular insiste, incluso cuando va a contrapelo del mandato colectivo. No se trata de culpas, sino de apuestas. No de ajustarse a una imagen, sino de habitar una verdad, aunque sea fragmentaria, aunque duela, aunque no encaje del todo.

Hoy más que nunca, cuando el discurso dominante promueve identificaciones cómodas pero vacías, el psicoanálisis invita a una incomodidad fecunda: la de dejar de echarle la culpa al Otro para empezar a escucharse de verdad.

Lic. Constanza Depetris 

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