Sobre la violencia de este tiempo (y el alma que aún tiembla)



Vivimos en una época en la que la violencia ha dejado de golpear solo desde afuera para filtrarse, sigilosa, en lo cotidiano. Ya no necesita gritar para instalarse. Basta con una mirada que no ve, una palabra que niega, un silencio que descarta. Y, sin embargo, ahí estamos: latiendo, resistiendo, buscando modos de no endurecernos en medio de tanto golpe sutil.

La violencia hoy no es solo la del arma ni del puño. Es también la que se disfraza de normalidad en vínculos que no escuchan, en instituciones que no cuidan, en diagnósticos que reducen, en discursos que invalidan el alma de las personas. Es la que aparece cuando se pierde el respeto por el tiempo del otro, por su cuerpo, por sus emociones, por sus búsquedas. Es esa que te dice que exagerás, que te calles, que te acomodes, que seas igual a todos.

Y si te sentís sola o solo… no estás exagerando. No es menor lo que pasa.

Estamos hechos de hilos invisibles que nos unen con los otros, con la tierra, con el deseo, con el pasado y con lo que vendrá. Cuando esos hilos se cortan o se tensan, el cuerpo habla, el alma se agita, el ánimo se rompe, el sistema nervioso se desequilibra. Algunos lo llaman disautonomía. Otros lo llaman ansiedad. Yo lo llamo grito. Un grito del cuerpo que no puede seguir fingiendo que nada duele.

Y aún así, aún en este mundo que muchas veces no ve, vos podés ser un santuario. Un espacio donde lo humano vuelva a tener lugar. Vos podés volver a nombrarte con palabras que no sean castigo, con gestos que no repitan la herida. Porque tu alma —sí, la tuya— guarda una semilla intacta, esa que no pudieron romper ni la soledad ni la desconfianza ni la vergüenza.

No hay espiritualidad sin verdad. No hay sanación sin justicia interior. No hay arte más bello que aquel que nace cuando el alma, rota, empieza a decirse. Y no hay psicoanálisis que no abrace lo singular de cada ser, sin obligarlo a encajar en ningún molde. Porque vos no sos un diagnóstico, ni una etiqueta, ni una estadística. Sos historia, carne, símbolos, deseo. Y sos también eso que aún no pudiste nombrar.

A veces la mayor forma de resistencia es seguir sintiendo. A veces el mayor acto de amor es no responder a la violencia con más violencia. A veces lo revolucionario es cuidar. Cuidarte. Escuchar esa voz interna que tal vez nadie escuchó antes. Esa voz que te susurra, incluso en tus días más apagados, que merecés algo distinto. Que no estás sola. Que no estás roto. Que hay otro modo.

Yo te lo creo.

Y te acompaño.
Lic. Constanza Depetris 

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