El velo

La falta no es un accidente, ni un defecto que debiera ser reparado. Es una marca estructural: aquello imposible de colmar y, justamente por eso, el motor del deseo. Allí donde algo falta, algo se pone en marcha. El sujeto se constituye en relación a ese vacío, y su vida se organiza alrededor de lo que nunca se completa del todo.

Pero si la falta se impusiera de manera cruda, sería insoportable. Por eso interviene el velo. El velo funciona como pantalla: cubre, suaviza, ofrece imágenes, objetos o fantasías que nos permiten sostenernos frente a lo imposible. No se trata de un ocultamiento total: lo velado se deja entrever, aparece en los bordes, en las grietas. El velo no elimina la falta, sino que la hace habitable.

En esa tensión entre falta y velo, se despliega el tiempo lógico. No es el tiempo del reloj, sino el tiempo subjetivo de los movimientos del pensamiento y la decisión. Primero, un instante de ver: una primera iluminación, una percepción que irrumpe. Luego, un tiempo para comprender: un recorrido, una elaboración, una vuelta en torno a lo que se vio. Y, finalmente, un momento de concluir: un acto que precipita, una decisión que corta, incluso sin certezas absolutas.

Así, la falta funda, el velo sostiene y el tiempo lógico organiza. Entre los tres se juega la condición misma de ser sujetos: nunca plenos, pero siempre en movimiento, siempre atravesados por el deseo y por la necesidad de dar una respuesta singular frente a lo imposible.
La obra de Octavio Joaquín Tapia, con su juego entre lo velado y lo revelado, nos recuerda que siempre hay algo que se oculta y algo que insiste en mostrarse. El tiempo, representado en su pieza, no se mide solo en relojes: también se mide en los movimientos internos, en las pausas, en las decisiones que marcan un antes y un después.

En nuestro trabajo en arteterapia, sucede lo mismo: el arte funciona como un velo que permite bordear lo innombrable, tocar lo que duele sin enfrentarlo de manera cruda. Pero al mismo tiempo, el arte revela. Permite que el sujeto hable a través de la imagen, de los trazos, de lo que se deja ver entre los pliegues.

Con Octavio compartimos esa certeza: que el arte no es un adorno, sino un camino. Un modo de alojar la falta, de darle forma a lo imposible, de transformar lo que pesa en acto creativo.

Lic. Constanza Depetris 

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