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Día de la Hispanidad

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El Día de la Hispanidad es también un día de memoria. Un día para recordar a los pueblos originarios que fueron silenciados, arrasados, asesinados. A quienes les arrebataron no solo la vida, sino también su ciencia, sus ciclos sagrados, su modo de leer la tierra y el cielo. Ellos sabían escuchar a la naturaleza, leer en las estrellas el destino de las cosechas, interpretar el pulso de los ríos y de las montañas. Su sabiduría era profunda, tejida con paciencia y con respeto. Y fue esa sabiduría la que se intentó borrar a fuego y espada. Pero aunque quisieron exterminarlos, no pudieron apagar la memoria. Porque en cada lengua originaria que resiste, en cada rito que se celebra, en cada mujer y hombre que guarda los saberes de sus ancestros, late todavía el corazón de esa América profunda. Hoy, más que una celebración, el recuerdo es un grito de justicia. Es el reclamo de los que no tuvieron voz, es la presencia de los que dejaron huella con su sangre, es la fuerza de una here...

Donde queda el AMOR?

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Donde parece que todo se rompe, donde los lazos duelen más que lo que sostienen, donde el amor se confunde con consumo, donde la soledad es ruido y no silencio fértil… ¿Dónde queda el amor? Queda en los gestos pequeños que aún resisten. En una escucha sin prisa. En un mensaje sincero. En el cuerpo que no huye. En la palabra que no exige nada a cambio. En el abrazo que no se posterga. El amor queda en el margen, como siempre. Porque nunca fue del todo parte del sistema. No se puede producir en serie, no se puede medir, ni garantizar. Y por eso, estorba al mundo de la eficiencia. El amor verdadero no es inmediato ni rentable. No es un mandato, ni una performance. No es filtro, ni algoritmo. Es apuesta. Es demora. Es presencia. En épocas de rupturas, el amor se vuelve más sutil y más valiente. Se esconde donde nadie mira: en quien acompaña sin invadir, en quien no huye del dolor del otro, en quien se deja afectar. No es que el amor haya desaparecido. Es que ahora hay que apren...

El velo

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La falta no es un accidente, ni un defecto que debiera ser reparado. Es una marca estructural: aquello imposible de colmar y, justamente por eso, el motor del deseo. Allí donde algo falta, algo se pone en marcha. El sujeto se constituye en relación a ese vacío, y su vida se organiza alrededor de lo que nunca se completa del todo. Pero si la falta se impusiera de manera cruda, sería insoportable. Por eso interviene el velo. El velo funciona como pantalla: cubre, suaviza, ofrece imágenes, objetos o fantasías que nos permiten sostenernos frente a lo imposible. No se trata de un ocultamiento total: lo velado se deja entrever, aparece en los bordes, en las grietas. El velo no elimina la falta, sino que la hace habitable. En esa tensión entre falta y velo, se despliega el tiempo lógico. No es el tiempo del reloj, sino el tiempo subjetivo de los movimientos del pensamiento y la decisión. Primero, un instante de ver: una primera iluminación, una percepción que irrumpe. Luego, un ti...

¿Qué pasa cuando se desdibujan las referencias simbólicas?

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Cuando las referencias simbólicas se caen o se debilitan, no desaparecen sin más: dejan un vacío. Y ese vacío suele llenarse de formas distintas, a veces caóticas, otras veces violentas, muchas veces ansiosas. Porque el ser humano necesita puntos de orientación. No puede vivir flotando en la nada. Lo que antes organizaba el deseo, el esfuerzo, la espera o la autoridad, hoy muchas veces es reemplazado por lo inmediato, lo efímero, lo que “siento ahora”. Pero sin un marco simbólico, se vuelve difícil poner límites, sostener un proyecto, tolerar la frustración o incluso saber qué se quiere. Las referencias simbólicas funcionaban como faros. Sin faros, la subjetividad navega a oscuras. La caída de estas referencias no afecta solo a los adultos. También impacta en la infancia y en la adolescencia. Si no hay diferencias claras entre generaciones, si el adulto ya no se posiciona como tal, si todo se relativiza, entonces los chicos crecen sin brújula. Y sin brújula, hay más angusti...

¿Por qué no podemos decir: “no tengo ganas”?

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A veces estamos cansados. Tristes. Vacíos. Y en vez de decirlo, inventamos excusas. "Me surgió algo", "tengo que ayudar a alguien", "no me sentía bien". Pero lo que realmente pasa… es que no tenemos ganas. Y eso debería alcanzar. Nos enseñaron que el deseo necesita explicación. Que si no queremos estar, debemos justificarlo. Que descansar, decir que no, elegirnos… es egoísmo. Y entonces actuamos. Mostramos una versión editada de nosotros. Para agradar. Para no quedar mal. Para que no se note que también necesitamos frenar. Pero aparece la pregunta que incomoda: ¿Me quieren por lo que soy o por lo que muestro ser? Si decir no puedo hoy aleja a alguien, quizás ese alguien no está preparado para el amor real. Lic. Constanza Depetris 

Tecnología, infancia y el lazo perdido: una mirada amorosa sobre los límites

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Estamos atravesando una época que nos desafía como nunca antes. Como adultos, como padres, como seres humanos. Porque todo avanza tan rápido, que muchas veces no nos queda tiempo ni para preguntarnos hacia dónde vamos. Y cuando se trata de la infancia, ese olvido de la pregunta puede ser peligroso. La tecnología —y hoy especialmente la inteligencia artificial— ha llegado para quedarse. No se trata de rechazarla ni de idealizar un pasado sin pantallas. Pero tampoco de entregarle a nuestros hijos, sin mediar palabra, una herramienta que puede volverse una trampa. Y es que cuando hablamos de infancia, no hablamos solo de entretenimiento o de consumo: hablamos de cómo se constituye un sujeto. De cómo se arma una subjetividad. Y eso no se fabrica, no se programa, no se descarga. Se construye en el encuentro con el otro. La niñez es el tiempo de lo abierto, de lo inacabado, del juego, de la espera, de la pregunta. Pero las máquinas no preguntan. Responden. Rápido. Sin pausa, sin ...

¿De verdad estamos todas deprimidas?

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“Estoy re deprimida”, “Ayer me agarró una depresión”, “Tengo depresión, pero igual voy a trabajar”. La palabra “depresión” pasó a formar parte del lenguaje diario. Pero cuando algo se dice todo el tiempo, corre el riesgo de vaciarse de sentido. No todas las formas de malestar son depresión. No todo desgano es una enfermedad. Pero tampoco todo se resuelve con una frase motivacional. ¿Por qué decimos que estamos deprimidas? Porque estamos agotadas. Porque no damos más. Porque muchas veces vivimos a un ritmo que no nos da tiempo para pensar ni sentir. Y cuando algo se rompe por dentro —cuando no encontramos sentido, cuando nos hartamos, cuando no podemos más—, aparece ese diagnóstico rápido: “depresión”. Pero ese malestar tiene historia. No nace de un día para el otro. No es solo químico ni solo emocional. Tiene que ver con la presión de tener que poder todo el tiempo. Tiene que ver con no poder fallar. Con tener que estar disponibles, activas, lindas, fuertes, funcionales. El...