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Mostrando entradas de agosto, 2025

Tecnología, infancia y el lazo perdido: una mirada amorosa sobre los límites

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Estamos atravesando una época que nos desafía como nunca antes. Como adultos, como padres, como seres humanos. Porque todo avanza tan rápido, que muchas veces no nos queda tiempo ni para preguntarnos hacia dónde vamos. Y cuando se trata de la infancia, ese olvido de la pregunta puede ser peligroso. La tecnología —y hoy especialmente la inteligencia artificial— ha llegado para quedarse. No se trata de rechazarla ni de idealizar un pasado sin pantallas. Pero tampoco de entregarle a nuestros hijos, sin mediar palabra, una herramienta que puede volverse una trampa. Y es que cuando hablamos de infancia, no hablamos solo de entretenimiento o de consumo: hablamos de cómo se constituye un sujeto. De cómo se arma una subjetividad. Y eso no se fabrica, no se programa, no se descarga. Se construye en el encuentro con el otro. La niñez es el tiempo de lo abierto, de lo inacabado, del juego, de la espera, de la pregunta. Pero las máquinas no preguntan. Responden. Rápido. Sin pausa, sin ...

¿De verdad estamos todas deprimidas?

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“Estoy re deprimida”, “Ayer me agarró una depresión”, “Tengo depresión, pero igual voy a trabajar”. La palabra “depresión” pasó a formar parte del lenguaje diario. Pero cuando algo se dice todo el tiempo, corre el riesgo de vaciarse de sentido. No todas las formas de malestar son depresión. No todo desgano es una enfermedad. Pero tampoco todo se resuelve con una frase motivacional. ¿Por qué decimos que estamos deprimidas? Porque estamos agotadas. Porque no damos más. Porque muchas veces vivimos a un ritmo que no nos da tiempo para pensar ni sentir. Y cuando algo se rompe por dentro —cuando no encontramos sentido, cuando nos hartamos, cuando no podemos más—, aparece ese diagnóstico rápido: “depresión”. Pero ese malestar tiene historia. No nace de un día para el otro. No es solo químico ni solo emocional. Tiene que ver con la presión de tener que poder todo el tiempo. Tiene que ver con no poder fallar. Con tener que estar disponibles, activas, lindas, fuertes, funcionales. El...

Miradas

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¿Alguna vez sentiste que te estaban mirando distinto? No con ojos, sino con juicio. Como si cada cosa que hacés tuviera que justificarse. Como si no alcanzara con vivir lo que te tocó. A veces no hace falta que digan nada. Se siente igual. Una mirada. Un gesto. Un silencio. Y ahí estás vos, explicándote, pidiendo perdón sin saber bien por qué. Te empezás a esconder. Primero un poco. Después más. Después casi todo. Y un día te das cuenta de que te estás desdibujando. Que ya no sabés qué mostrar. Ni cómo sostenerte sin el permiso del otro. El juicio ajeno no duele por lo que dicen. Duele porque te hace dudar de vos. De tu versión. De tu verdad. De tu historia. Y no lo merecés. Porque nadie tiene derecho a narrarte desde afuera. Tu vida no necesita defensa. Necesita lugar. Espacio. Y respeto. Si sentís que te estás ocultando, talves sea una estrategia que aprendiste para sobrevivir. Pero hoy quizás ya no te sirva. Porque estás volviendo a ser. A tu modo. A tu tiempo. Sin pedir...

VIOLENCIA QUE NO PARECE VIOLENCIA

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Cuando se habla de violencia hacia los niños, muchos piensan en golpes, gritos o abandono. Pero hay otras formas, más sutiles, más socialmente aceptadas, que también hieren. Y que muchas veces se repiten generación tras generación sin cuestionamiento. Se hiere a un niño cuando se lo expone. Cuando se lo ridiculiza delante de otros. Cuando se le exige que entienda cosas de adultos. Cuando se lo hace responsable del estado emocional de sus padres. Se violenta a un niño cuando se lo calla todo el tiempo. Cuando no se le explica lo que pasa. Cuando se decide por él como si no sintiera. Cuando se lo nombra con etiquetas: "caprichoso", "dramática", "desobediente". Se lastima a un niño cuando no se lo ve como un sujeto, sino como un objeto a moldear. Cuando se lo compara. Cuando se le impide equivocarse. Cuando se le niega el derecho a decir que no. Y también hay violencia en lo que falta: La ausencia, el desinterés, la frialdad. La distancia afectiva...

Mujeres

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No todas se nombran igual, pero muchas cargan silencios parecidos. Hay mujeres que se doblan pero no se quiebran. Que aprendieron a callar para no incomodar y después a gritar para no desaparecer. Mujeres que aman sin condiciones pero también aprenden a irse cuando algo se rompe. Mujeres que lloran en silencio en baños ajenos, que crían, que sanan, que sostienen. Mujeres que se descubren tarde, y otras que se arman con cada caída. Que heredan dolores, pero también memorias de fuerza y coraje. Hay mujeres que no tuvieron elección y otras que eligieron romper con todo. Las que paren, las que no pueden, las que deciden no hacerlo. Todas ellas, portadoras de un fuego antiguo. Somos hijas de mujeres que hicieron lo que pudieron con lo que les dejaron. Y somos también el intento de hacer lo distinto. De amarnos más, de juzgarnos menos, de caminar juntas aunque el camino duela. Las mujeres no somos sólo género. Somos historia, cuerpo, deseo, herida y cicatriz. Y también luz, danza...

CUANDO EL IMPREVISTO SE VUELVE COSTUMBRE

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Hay personas a las que siempre les pasa algo. Y lo que les pasa, curiosamente, siempre afecta a los demás. Se olvidaron. No llegaron. No pudieron. Se complicó todo a último momento. Y claro, no es que mientan. A veces sí les pasó algo. Pero eso no las hace menos responsables de lo que generan. Porque que algo sea un imprevisto, no lo convierte automáticamente en justificación. Una cosa es que algo irrumpa de verdad y te corra el eje. Otra, es vivir siempre con el eje corrido. Y que eso tenga consecuencias que terminan pagando los otros. Hay personas que viven como si no tuvieran consecuencias. Como si el resto tuviera que entender, sostener, perdonar o adaptarse cada vez. Y no se trata de ser inflexible. Se trata de reconocer que hay quien hace del imprevisto su forma de estar en el mundo. Y entonces, el problema no es lo que pasa… El problema es que nunca se hacen cargo de lo que hacen con lo que les pasa. No es grave llegar tarde una vez. Es grave vivir creyendo que lo tu...

¿Qué es lo que llamamos “depresión”?

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Muchas veces, cuando una persona se siente vacía, sin energía, sin motivación ni deseo, rápidamente se dice que está deprimida. Pero esto no siempre es una enfermedad en sí misma. Muchas veces es una respuesta al modo en que estamos viviendo. El malestar aparece cuando todo se vuelve automático. Cuando el trabajo, las obligaciones, los vínculos o el día a día no tienen sentido para quien los vive. Es común escuchar frases como: “Tengo todo, pero no me siento bien.” “No tengo ganas de nada.” “No sé qué me pasa, pero no tengo fuerzas.” Estas frases reflejan un malestar profundo, que no siempre es una “depresión” médica, sino un síntoma de que algo en la vida no está funcionando para esa persona. ¿Por qué aparece este malestar? Vivimos en una época que nos exige mucho: ser felices, ser exitosos, tener una pareja, estar bien físicamente, tener una vida interesante. Todo esto genera una presión enorme. Y cuando no podemos con todo eso, creemos que el problema está en...

¿Qué eran las referencias simbólicas?

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Durante mucho tiempo, las personas se guiaron por referencias simbólicas. Eran algo así como coordenadas compartidas que organizaban la vida, los vínculos, el tiempo, los valores, el bien y el mal. No estaban escritas en piedra, pero todos sabían que estaban ahí. Una referencia simbólica podía ser el padre, no solo en su rol biológico, sino como figura de autoridad. También lo eran la escuela, el trabajo, la patria, la religión, la ley, el lenguaje, el maestro, el médico. No importaba si uno creía o no del todo en ellas: existían y daban un marco. Eran puntos de anclaje para ubicarse en el mundo, decidir, desear, posponer, renunciar, construir. El símbolo no es cualquier cosa. No se trata de un cartel o una orden. Es algo que representa otra cosa más allá de sí misma, y que tiene valor porque es compartido, porque hace lazo. Las referencias simbólicas no eran verdades absolutas, pero funcionaban como estructuras organizadoras. Le daban al sujeto la posibilidad de saber quié...

El duelo es un trabajo del alma

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Cuando alguien o algo muy importante para nosotros se va —una persona, una relación, una etapa de la vida—, no sólo lo perdemos afuera, también algo adentro nuestro cambia. Es como si una parte de nosotros tuviera que reconocer, poco a poco, que eso ya no está. Ese proceso no es instantáneo. No alcanza con entenderlo con la cabeza. El alma necesita tiempo. Y en ese tiempo, aparece el dolor. Un dolor que no se elige, que se impone, y que nos ocupa por dentro. Es como si tuviéramos que ir retirando pedacito por pedacito el amor, los recuerdos, los planes compartidos. Eso es el duelo: un trabajo invisible que hace el corazón para aceptar la pérdida. Durante el duelo, todo se vuelve más lento. Nos cuesta disfrutar, concentrarnos, tener interés por otras cosas. Es que mucha de nuestra energía está dedicada a despedirnos, aunque no siempre se note. Lo más importante es entender que eso no es un error ni una enfermedad. Es un proceso humano. Y aunque duela, es la manera en que la ...

El amor no es lo que nos dijeron

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El amor no es simple. No es solo afecto ni solo deseo. No es certeza ni fusión perfecta. El amor, en su forma más viva, es una tensión. Una tensión entre el deseo de ser elegido y el miedo a ser visto de verdad. Una tensión entre lo que doy y lo que no sé si puedo sostener. Entre lo que espero y lo que el otro puede dar. Amar implica exponerse a lo que no se controla. Implicarse con lo que no se entiende del otro. Y muchas veces, con lo que tampoco se entiende de uno mismo. El amor no siempre tranquiliza, a veces desordena. No siempre cura, a veces confronta. No siempre sostiene, a veces sacude. Porque amar no es salvar al otro. No es completarlo, ni ser completado. Amar es alojar la falta. Tolerar la incompletud. Dejar de suponer que el otro existe para llenar mi vacío. El amor es político. Porque pone en juego lo más íntimo con lo más social. Porque cuestiona mandatos, rompe lógicas de poder, y a veces, también, reproduce estructuras que nos oprimen sin querer. Amar es re...